Tras una última visita turística a la impresionante Catedral de Sal de Zipaquirá ( excavada a 180 metros bajo tierra y con tres naves inmensas, todo de sal) tocaba salir a las calles, no en vano había escogido el domingo para salir de la gran ciudad.
Domingo es sinónimo de bici en Bogotá, así que de nuevo disfruté de esta experiencia maravillosa que es la cicloruta popular bogotana, está vez con la burra bien cargada, lo que no deja de llamar la atención del otro millón largo de ciclistas que deambulaban por ahí. Con la magnífica escolta de Francisco y algunos ciclistas del lugar, nuevos amigos, llegamos a la salida de la ciudad, de nuevo la carretera, de nuevo la libertad del viaje en bici.
Miguel, Rodolfo, Jose Luis, Francisco, Mireya, Ana y un vagabundo que se coló en la foto...
Francisco me acompañó unos quilómetros más y sólo faltó segundo y medio tras nuestra despedida para que los colombianos me empezaran a demostrar lo fácil que puede ser viajar por este país; sin haber arrancado tras el abrazo con Francisco y mientras este se perdía tras una curva, para un auto a mi lado y tras el questionario de rigor me invita a visitar su finca en el centro del país, tardaré en visitarlo pero ya me ha cargado las pilas de forma muy positiva para empezar.
Un ratito después un coche se para en el arcén y me regala unas naranjas, subo la primera tachuela y no veas cómo noto la falta de costumbre ciclista, avanzo como un caracol. El descenso es espectacular, desde los 3000 metros debo descender a prácticamente 0, estoy sólo a 5° norte del Ecuador y la vegetación se vuelve bien selvática a medida que desciendo; el calorcito, que al principio me parece rico, será mi infatigable acompañante y mi mayor tortura en los días venideros. Llegando a mi primer destino, Fusagasugá, aparece otro ángel de la guardia, Jairo, salió a entrenar este domingo y tras un poco de conversa me encuentro en su casa, la hospitalidad de esta gente es increíble!
En los días venideros se va repitiendo la historia, gente amable que me invita a tomar un zumito, a morder unas frutas o simplemente me animan desde los coches. El sol es totalmente inclemente y la temperatura no baja de los 30°, junto a mi falta de forma física me deja destrozado día a día. Al llegar al pequeño pueblo de Velú la hospitalidad ralla lo surreal; tras encontrar a Germán en la ruta y pegarme una cena de infarto preparada por su mujer, nos dirijimos a "dar una vuelta" por el pueblo, y acabamos tomando unas birras nosécuantos y todos haciéndome preguntas; por la mañana procesión de casa en casa para tomar café, seguir charlando y despedirme de todos. Un pueblo lindo , con una gente increíblemente amable, os invitan a los que queráis a sus fiestas del 20 de Julio; queda dicho.
Don Germán con su esposa y la pequeña Catalina, el de siempre y la bici
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El atractivo paisagístico de la región es sin duda el Desierto de la Tatacoa; a medida que me iba acercando a él se me hacía más extraño que por ahí iba a encontrarme con una zona árida, deambulaba a orillas del Magdalena y la vegetación era abundante aunque el calor no tenía nada que envidiar al del Sáhara...
Evidentemente el mapa no estaba equivocado y poco a poco la vegetación fue desapareciendo, las piedras se hicieron polvo y plas! ya estaba en el desierto de la Tatacoa ( nombre indígena que viene a decir algo así como: serpiente que si te muerde...cagaste!).
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Un lugar muy bello, ya sabéis mi teoría sobre estos sitios, mejor algunas imágenes que mil palabras...