En la confluencia del Paraguay, la Argentina y el Brasil el protagonista indiscutible es el agua. Aunque el contrabando de mercaderías le hace gran competencia, no puede con el poder de los ríos Paraná e Iguazú, ni con la espectacularidad de las casacadas más famosas del continente ni con la desconcertante presa de Itaipú, la mayor del mundo.
Las cataratas en sí son una de las mayores atracciones turísticas de toda la Argentina y de todo el Brasil, así que son palabras mayores!
Entrando la parque con la burra
Con el grupo el campo de trabajo y como colofón a tantas historias vividas, nos acercamos al Brasil ( así, como el que no quiere la cosa) a ver las famosísimas cataratas y, ya que estábamos, nos dimos un pequeno homenaje en forma de paseo en barco por sus cercanías, tan cercanos vaya que nuestro capitán-Terminator nos banó bajo ellas, un paseo muy bueno que nos dejó empapados por la belleza del lugar.
El tránsito a pie es menos emocionante pero permite disfrutar con más calma esta belleza natural. La impresionante falla de 80 m. de altura que que separa los cursos del alto y bajo Iguazú ( agua grande en Guaraní) sirve de trampolín para una cantidad enorme de agua que crea un increíble espectáculo para la vista y los oídos, uno de los lugares más lindos de estos lares. Al salir el sol uno tiene la sensación de estar en el paraíso
Tras una tremenda farra de despedida, que será recordada tanto por nosotros como por el personal del hotel, tocaron de nuevo las despedidas y a mi, me tocaba proseguir mi singladura en solitario de nuevo con la bici. Me acerco a Puerto Iguazú ( Argentina), partiendo de Ciudad del Este ( Paraguay) y tras travesar Foz de Iguaçu ( Brasil), 3 países y 4 puestos fronterizos en sólo hora y media de bici, todo un récord!
Mi intención es colarme al parque y dormir dentro, aprovechando para recorrerlo en luna llena y ver la salida del sol sobre los saltos, pero en Iguazú tienen caladísimo al ciclista. Divisado desde la lejanía sale a mi encuentro un guardaparque que, antes de darme las buenas tardes, me recuerda que está prohibidísisimo dormir dentro. No queda otra que hacer los paseos con luna, usease visita nocturna de pago.
Mimi asediada por un impetuoso coatí
Desde mi campamento, sito ilegalmente a sólo 5 km. de las cataratas, oigo el rugido del agua precipitarse, un bramido ronco y potente que me recuerda la visión que me espera. Llegó el momento, a medida que uno va acercándose al lugar crece la emoción y se van despertando los sentidos. La vegetación va densificándose hasta convertirse en cerrada selva, el atronador sonido del agua se ve ahora acompanado por los cantos de cientos de aves invisibles, la humedad se apoderó hace ya un buen rato de la atmósfera pero uno no quita el ojo del cielo, las jugetonas nubes se divierten tapando y destapando la esfera lunar y está próximo ya el momento en que necesitaremos su luz.
El trenecito que nos lleva hace su última parada y enfilamos ya la pasarela que nos permite caminar sobre las aguas del río Iguazú, tremendamente calmadas, ajenas a su propio destino saltarín. El tranquilo fluir del caudal genera una cadenciosa música que ahoga el bramido cataratil que, ahora que estoy tan cerca, se ha echo imperceptible. Por encima de unas enormes palmeras se eleva una fantasmagórica nube de vapor, el impacto del agua es de tal violencia que la espuma se volatiza, creando una niebla perpétua a los pies de la catarata.
El poderoso salto Bossetti
A pesar de tantos anuncios, el primer contacto visual con la Garganta del Diablo es espeluznante. Las mansas aguas del río desaparecen, literalmente, en un abismo sin fondo desde mi punto de vista y de ellas no queda más rastro que estruendos y vapores. El viejo temor de los marinos medievales de enfrentar el fin del océano tiene aquí una representación física inmejorable. El viento mece a su voluntad las nubes y se combinan momentos de gran claridad con otros más tenebrosos, el mismo viento nos regala ráfagas del mismo agua que miramos embobados, el espectáculo es realmente digno de ser vivido.
Por desgracia no os puedo hacer partícipes del mismo con fotografías,mi cámara no da para estos trotes nocturnos...
Aunque tube mal tiempo, las nubes permiten visiones como esta, justo encima del salto
Mi grupo se fué, llegó la última visita de la noche y con ellos me tocó retirarme, los guardaparques me tenían más que calado y tube que abandonar mi idea de ver el amanecer.
Tampoco hubiera visto nada porque el día despertó bien nublado, los guardaparques descubrieron mi campamento y no hubo más remedio que moverse. De nuevo al Parque, claro!
Una lástima el mal tiempo, uno echa de menos unos buenos rayos solares que, reflejados en el vapor ofrecen un magnífico arco iris del que sólo disfruté 30 segundos. La parte argentina permite pasear muy cerca del agua, ver los saltos desde arriba y pasear a sus pies, siempre rodeado de una verdísima selva donde se pueden contemplar los magníficos Tucanes o los Coaties, tan monos como mangis, cuando hay papeo de por medio. Por suerte o por desgracia, no me topé con ningún Jaguar o Puma que corretean libres por ahí y que en el 97 se zamparon al hijo de un guardaparque, glups!
Cuando no perdonó el tiempo fue cuando pillé la bici para salir del parque, uno de los peores aguaceros ciclistas en mucho mucho tiempo! Con las pestanas petrificadas por el barro hice mi entrada, nada triumfal, al Brasil, sexto país de la travesía ciclista aunque, no nos enganemos, no voy a recorrer casi nada, es enorme! Lo que no me quiero perder es el Pantanal, una de las reservas faunísticas más importantes del planeta, a ver que tal.
Empapado pero contento, con mi nueva camiseta ( gracias Rebe!)